De pequeña quería ser profesora o periodista (quizá de ahí que me gusten tanto la divulgación dentro y fuera de consulta y la escritura), pero todo cambió a los doce años… La depresión y la anorexia nerviosa lo cambiaron todo…

     Tras ocho años llenos de sufrimiento con la comida y la salud, terminé por interesarme en ellas y en la relación entre ellas. Ahora quería estudiar algo de la rama de la salud, que tuviese que ver con el estilo de vida (“y sin pasar por el impacto que me provocan las imágenes de sangre, cirugías…”), con las hormonas, con el metabolismo… ¡con eso que a mí me había enfermado y a la vez sanado! Y como aquí pensaba que mi medicina había sido comer, pues estudié nutrición. 

     No me equivoqué y disfruto mucho al leer y transmitir la ciencia de la nutrición, pero faltaba algo. Terminada la carrera, con un máster de endocrinología y algunos cursos más de especialización, me embarqué en otro máster sobre TCA, esa era la pieza que me faltaba: ¡la diferencia entre nutrición y alimentación! ¡la cabeza que tenemos pegada al cuerpo (y no podemos separar)!

     No obstante, gran parte de lo que sé y me permite trabajar con profunda comprensión de lo que ocurre a la persona que tengo delante, es el haber estado yo en el mismo lugar antes… y haber transitado ese proceso de recuperación.